martes, 25 de junio de 2013

Doñana (III). El coto


Remontando el curso del Guadalquivir por su orilla oriental nos introducimos de lleno en el Coto de Doñana. Dejamos atrás el espacio abierto de la playa, sus olores a yodo y mar, el brillo del sol implacable y, en dos pasos, nos cobijamos a la sombra de un bosque de pinos piñoneros donde los aromas a tomillo y romero evocan a tierras interiores. La diversidad botánica de este entorno es digna de apreciar. Además de estas leñosas podemos encontrar otras muy particulares que reafirman el valor ecológico de este lugar. Por ejemplo, el jaguarzo (Halimium halimifolium), arbusto de flor amarilla con punto negro en sus pétalos que actúa de reclamo con los insectos polinizadores. El almoraduz (Thymus mastichina), de la familia de los tomillos, también llamado tomillo blanco o mejorana de monte. El palmito (Chamaerops humilis), palmera arbustiva de hasta 4 mts. de altura que forma abanicos con sus peciolos espinosos y que gusta de terrenos secos y arenosos como este. Doñana disfruta de un clima mediterráneo, con inviernos relativamente húmedos y veranos secos y calurosos, pero la influencia del clima oceánico se hace patente en la inmensa variedad de flora. Por eso a cada paso reconozco cantuesos, tojos, lentiscos, alcornoques y enebros. Con el fruto azulado de este último se elabora la ginebra y, como dicen por aquí, por eso hay que conservarlo... por los gin-tonics.  


Pino piñonero

Palmito
Lentisco

El Coto, desde la antigüedad , ha sido el lugar de asentamiento preferido para todos aquellos que llegaban hasta aquí. Todavía hoy hay quién se resiste a abandonarlo pese a las presiones conservacionistas. El Poblado de la Plancha se mantiene como ejemplo de lo que fue en otro tiempo morada de ganaderos, apicultores y pescadores. Gentes rudas y afanosas, dotadas de una indestructible voluntad de supervivencia propia de la prehistoria. La recolección de piñones, la caza, la fabricación del carbón, quehaceres ancestrales que se rescatan de la memoria al contemplar e indagar en estas construcciones arcaicas. Son chozos cubiertos de materia vegetal que se hincha cuando llueve y permite cocinar en su interior. Están agrupados en lo que se denominan "ranchos" y éstos configuran el poblado. El territorio de Doñana se asienta en uno de los acuíferos más importantes de España, el acuífero 27, y éste genera cursos de agua superficial, arroyos que aquí llaman "caños". Los antiguos moradores acostumbraban a hacer "zacallones" o charcas naturales excavando el terreno hasta llegar al nivel freático, consiguiendo que el agua manase de forma natural. Aquellas gentes, sin duda, eran las auténticas sabedoras de los secretos mejor escondidos de Doñana.


Chozo



Jabalí
Siguiendo el camino entre altos fustes de piñoneros y a la sombra de sus globosas copas que mitigan en parte el calor, llego al Palacio del séptimo duque de Medina Sidonia, construído en el s. XVI para su esposa Doña Ana de Mendoza y Silva como residencia y pabellón de caza. Es desde este momento como se empieza a denominar al lugar Coto de doña Ana. El palacio rompe con la inercia del pensamiento que traemos del poblado. Los usos arcaicos y tradicionales en los que estaba centrado, me cambian bruscamente al contemplar este edificio y te arrojan de súbito a la pomposidad renacentista y aristocrática. Imagino suculentos venados en mesa y mantel, fiestas y recepciones de alto rango, intrigas y escarceos en los aposentos. Sin embargo, de aquello nada queda sino el recuerdo y la imaginación. Ahora los ciervos campan a sus anchas sin peligro, los jabalíes hozan el terreno sin ningún recelo y el  lujo que se observa es el de algún que otro visitante de postín con atuendo más propio de las noches de Montecarlo que de un día de campo. Impactado por esta estampa huyo hacia la inmensidad dunar para perderme en el silencio y la soledad  de otro ecosistema único.


Ciervo





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