martes, 18 de junio de 2013

Doñana (II). La playa


Coquinero
Cuando el sol ilumina estos lares, la luz constituye un elemento primordial para el visitante. Ensalza aquello que toca tanto si es al amanecer, cuando las flores despiertan con un brillo dorado, como en las horas centrales del día, cuando las olas del mar parecen lascas de plata, como también al atardecer, cuando la playa se vuelve naranja. Con el primer sol de la mañana nos adentramos en este paraíso natural para descubrir sus conocidos rincones y los ecosistemas que lo configuran: La Playa, El Coto, Las Dunas y La Marisma. 


Gaviotas

En el primero de ellos el mar nos recibe en calma, con olas melosas y lentas que rompen en una arena fina. Esta bajamar es aprovechada por los coquineros, gremio ancestral, que desde las primeras horas del día se afanan en recolectar un manjar de la zona que se come como pipas: la coquina. Yo veo como lo hacen desde la distancia, sin molestar, al igual que las gaviotas patiamarillas y de Audouin (Larus audouinii), esta última, una de las más raras del mundo, que tiene en esta playa uno de los escasos lugares de nidificación de la costa peninsular. La playa virgen continúa frente a mí por decenas de kilómetros, aislada del progreso y preservada de injerencias humanas. El reflejo del sol dibuja un camino resplandeciente hacia el horizonte en la superficie del agua. Quién sabe, quizás  desde aquí se llegue hasta el cielo, quizás sea esta la puerta que comunica con otros mundos, tal vez estemos cerca de la sumergida Atlántida como argumentan algunos investigadores ó bajo el influjo de Tartessos, civilización que se cree se estableció aquí en el s. X a.C. Quién sabe. Yo, por el momento avanzo y dejo atrás Torre Carbonera, una antigua fortificación para defenderse de ataques piratas y donde ahora anida una pareja de halcón peregrino (Falco peregrinus). Yo veo al macho posado en la almena, vigilante como un corsario en el palo mayor de un navío. Llego hasta la desembocadura del Guadalquivir. Éste se muestra aquí espléndido, mide más de 1 km de ancho y tiene 18 m. de calado, así pues es navegable aunque se precisa de cierta habilidad técnica para remontarlo. De hecho se puede divisar un antiguo barco encallado que han mantenido en la zona como aviso a navegantes. El "barco del arroz" lo llaman, por el cargamento que se echó a perder tras tocar fondo. El barco sufrió una grieta al encallar que provocó una vía de agua. El arroz se fue inflando poco a poco hasta que reventó el casco. Se dice que los peces estuvieron comiendo paella durante meses. Es en este punto donde nos desviamos, frente a San Lúcar de Barrameda (Cádiz), para internarnos en el Coto y sus dunas, otro de los maravillosos ecosistemas de Doñana.


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